Hasta descubrir que yo estaba completamente hecho de pedacitos de ti.

Y entonces me descubrí mirándome.
Allí estaba yo, en pie, justo enfrente del espejo donde siempre imaginaba.

Entonces tus formas tenían el sentido perfecto,
al compás que marcaba el movimiento de los velos que cubrían las ventanas.
Como parte de un plan absolutamente preparado, te imaginaba siempre con la cantidad justa de luz,
la suficiente como para que yo, cual director de fotografía, pudiese componer el resto.

Me descubrí, mirándome y puse el empeño suficiente para descubrirme al detalle.
Durante unos minutos centré toda la atención en mis ojos, grandes, de tonos melosos,
y fue entonces cuando por primera vez te descubrí en mí.
Allí estabas tú, en cada movimiento, en cada parpadeo. 
Sorprendido decidí continuar con la “auto-exploración”
y en cada uno de los paisajes de mi cuerpo puede descubrirte,
en algunos más escondidos que en otros, pero en casi todos estabas bien presente.

¿Por qué estaba sucediendo?

 ¿Por qué prácticamente tú y yo formábamos un solo elemento? ¿Un solo ser?

Quizás te había idealizado tanto que “de a poquito” me fui componiendo contigo
hasta descubrir que yo estaba completamente hecho de pedacitos de ti.

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